Pan y circo
Ética y estética en la obra de Enrique Garnica
En 1997 pudo verse fugazmente una exhibición de pinturas murales en los portales de la Plaza Juárez, de la ciudad de Pachuca. Las obras, realizadas por los artistas hidalguenses Eloy Trejo, José Hernández Delgadillo y Enrique Garnica, fueron transportadas con posterioridad hacia el Distrito Federal, como parte de un proyecto patrocinado por la Asociación de Creadores de Arte Público, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes.
Aunque la calidad plástica de los tres murales resulta indiscutible, me llamó particularmente la atención el que firma Enrique Garnica, por la audacia con que trabajó el amplio formato y la libertad expresiva con que trató el tema seleccionado. El mural de Garnica desarrolla el tema de la convulsa realidad urbana, donde la lucha por la supervivencia se combina con la lucha por la posesión de un espacio. En esa lidia salen a flote los instintos más oscuros del hombre, los monstruos interiores que a duras penas logramos reprimir en nuestra vida cotidiana. Esos seres monstruosos son los que ha pintado Garnica con una figuración expresionista que linda con lo grotesco, y una gama de colores oscuros que amplía el dramatismo de las escenas representadas. El resultado es una obra que aborda la sociedad de una manera crítica y que evita cualquier tipo de coqueteo con lo decorativo y lo banal.
Enrique Garnica se plantea el arte como desdoblamiento y negación simultánea de la realidad. Desdoblamiento en el que persiste una cualidad mágica primigenia. Negación que convierte al objeto artístico en una entidad especial; materia que pugna por liberarse de sí misma, para aludir al mundo tal como lo entiende el ser humano: como experiencia más que como totalidad externa.
Con esa intención es que Garnica ha recurrido también al ensamblaje, creando objetos mitad abstractos, mitad figurativos, que se constituyen como diálogo de fragmentos, como reconstrucción de lo real, como proceso incompleto, como narrativa de la que se deriva siempre una especie de moraleja. La estética de la fragmentación reproduce la manera en que el hombre contemporáneo percibe la realidad, o mejor, la manera en que la realidad contemporánea y la historia misma son presentadas al hombre. No es solamente una fragmentación del pensamiento, la disolución de la ética, la pérdida de lo sagrado.
Las obras de Garnica son como retratos interiores que reflejan los múltiples rostros del ser humano: el rostro de la máquina, el rostro de la bestia, el rostro de Dios. Las alusiones a lo mecánico, a lo animal y a lo divino sirven para mostrar una imagen dialéctica del mundo, una imagen donde se complementan el bien y el mal, lo bello y lo horrible, lo atractivo y lo repulsivo, lo erótico y lo místico, lo religioso y lo secular, la materia y el espíritu. Desde el punto de vista artístico, Garnica retoma todo el discurso polémico que se generó durante el período de vanguardia, teniendo como base precisamente el arte objetual. Los cubistas, surrealistas y dadaístas iniciaron ese tipo de arte buscando mostrar de modo cada vez más fuerte la relación arte-vida, y siguiendo una línea que llevaría a la negación de lo artístico, subsumido ya en la vida misma. Garnica asume el presupuesto de la necesidad de un vínculo arte-vida, pero no para negar el arte, sino más bien para defenderlo. El planteamiento social y ético de Garnica es un planteamiento ante todo estético. Es un discurso acerca de la libertad de expresión del artista y de su capacidad para asumir diferentes estilos y procedimientos con una finalidad ética, lo que se erige como respuesta a la vertiente más nihilista de la postmodernidad, aquella que asume el pastiche como finalidad y el vacío conceptual como filosofía de las formas.
Juan Antonio Molina